martes, 6 de marzo de 2012

Finiquito



El rumor de la calle me llega un poco lejano. Los coches, los trinos de los gorriones, el ladrido de
algún perro, alguien discute de fútbol en el pasillo. Veo la lámpara como una mancha gris en el
centro del techo, algo desenfocada, difusa. El tibio peso del edredón que me arropa parece que levita a pocos centímetros de mi piel. El olor aséptico de la habitación del hospital casi apaga el de las flores que mi hija a metido en la botella de suero. El sabor del retroviral que acabo de tomar hace que ésto que pienso suponga un gran esfuerzo para mi cerebro.

Ya no oigo la calle, ya no veo la lámpara, ya no siento las sábanas, ya no huelo las flores, el paladar ya no me dice nada, ya no pienso... ¡cagondiós, estoy muerto!

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