miércoles, 7 de marzo de 2012

El billete de cien euros



Un hombre entró en una antigua pensión de un pueblecito perdido en la Serranía de Ronda. A pesar de estar anocheciendo, el calor sofocante de un verano implacable seguía haciendose notar. Se acercó a la recepción y el dueño de la pensión le recibió con el gesto displicente del que ve interrumpido su aburrimiento.

-¿Tienen alguna habitación?

-Si señor, tenemos algunas libres. ¿Para cuántas noches la necesita?

-Pues verá... antes de nada, y si no le importa, preferiría echar un vistazo para ver si me gustan.

El dueño, algo sorprendido, titubeó unos segundos antes de que el hombre le explicara sus motivos.

-Soy viajante y casi cada día tengo que dormir en un sitio diferente, sin embargo prefiero conocer de antemano las habitaciones donde me meto. Entiendo su extrañeza, y para que no desconfíe le dejo cien euros para que vea que no hay mala intención- Sacó un billete de cien euros y lo puso sobre el mostrador.

El dueño de la posada, deslumbrado por el color del billete, accedió a la insólita petición. Cogió varias llaves de los casilleros y se las entregó al hombre, que dejando la maleta arrimada al mostrador, se encaminó a la escalera.

El posadero, seguro de que el hombre finalmente se quedaría en la pensión, cogió el billete y corrió a ver al lechero, al que entregó los cien euros para pagar el suministro de leche que le debía de la semana pasada y volvió al mostrador de la recepción. El lechero cogió el billete, corrió a la casa del granjero que le suministraba forraje para las vacas y le pagó la última entrega de pienso. El granjero fué entonces a ver al tractorista, ya que le debía los trabajos de la última cosecha y pudo así satisfacer dicha deuda. El tractorista fué corriendo a ver a Elena (todo el pueblo conocía a Elena) ya que en malos tiempos, incluso ciertos servicios debían ofrecerse a crédito. Elena, contenta de haber cobrado esa deuda, se acercó al farmacéutico y pagó con el billete un tratamiento de ladillas que tuvo que aplicarse el mes pasado. Finalmente, el farmacéutico corrió a la pensión, y pagó al dueño cien euros que le debía de cuando vino su familia de Sevilla a pasar el fin de semana.

Poco después, bajó el viajante a la recepción y, alegando que no le había gustado ninguna habitación, recogió su maleta y su billete y se fué... se fué sin saber que su visita hizo que un pueblecito de la Serranía de Ronda, viviera un poco menos agobiado.

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En realidad, esto es una versión libre de un relato que leí hace tiempo y no recuerdo bien las
fuentes. Pero me ha venido a la memoria al analizar los tiempos que corren, todos esos juegos de
prestidigitación que hacen los bancos, créditos, primas de riesgo, paraísos fiscales, euribor,
rescates, recortes, dinero público, bolsa, etc. toda esa información a la que no tenemos acceso y
marcan el devenir de nuestras vidas cotidianas. Hacen que el dinero se multiplique como los panes y los peces, dejándonos las migajas a los pobres mortales, billetes del monopoly de los que tenemos que responder con nuestro sudor, vivienda, dignidad... lejos del efecto beneficioso que provocó el viajante con un simple préstamo de cien euros con vencimiento a veinte minutos.

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