¡Pagarás por ello!
Primera parte
Cuando mi padre me presentó a Flor, constaté uno por uno todos los rumores que me habían llegado sobre ella. Tenía el aspecto de una enorme esfera con centro en el púbis, no encontrabas ni una sola linea recta en su piel. Balanceaba su cuerpo de un lado al otro mientras caminaba con las piernas muy abiertas, braceando al compás del contoneo de su enorme culo, no podía juntar los brazos al cuerpo ni creo que pudiera juntar sus rechonchos dedos entre sí.
Vestía una especie de blusón sin mangas, raído y sucio, con una correa que ceñía justo la frontera entre sus descomunales ubres y su prominente barriga. Bajo el gran círculo que describían los bajos deshilachados del blusón, asomaban unos pies más anchos que largos, enfundados en unas sandalias de tela y esparto, con la roña de varios días, semanas tal vez, que subía por los tobillos. Su gesto era serio y duro, ni los más viejos del lugar recuerdan la última vez que sonrió. Yo la veía acercarse a nosotros y el miedo hizo que me flojearan las rodillas, hasta el punto que tuve que sujetarme a la manga de la chaqueta de mi padre para no caerme.
Corrían malos tiempos, sobre todo para mi padre. Sus frecuentes viajes a Madrid para esas reuniones casi clandestinas de los llamados afrancesados no podían disimularse por más tiempo, y ya casi todo el pueblo sabía con certeza los verdaderos motivos de esos viajes. Así que eran pocos los que se atrevían a comprar el pan en la tahona que regentaba mi padre, por miedo a perder el favor de los que realmente mandaban en el pueblo. Tanto el alcalde como el resto de los notables eran de tendencias absolutistas, esperaban el inmedato retorno de Fernando VII, el Deseado para algunos o el Rey Felón para otros, que en ese momento disfrutaba de un cómodo exilio en Valençay. Pretendían aplicar, también en España, las tesis de la Santa Alianza.
Ante estas perspectivas mi padre decidió que no tenía más remedio que exiliarse en Francia. Necesitaba dinero para el viaje y la estancia durante el tiempo necesario hasta encontrar un trabajo, así que nos puso a mi hermano mayor y a mí a trabajar para contribuir en lo posible a dicho proyecto.
-¿Qué puedo hacer por usted?-vociferó Flor impaciente y en jarras encarándose a mi padre.
Mientras éste le explicaba los motivos de su visita noté que ella me lanzaba fugaces vistazos de arriba a abajo y de reojo, como evaluando una mercancía.
-Está un poco enclenque, pero veré qué puedo hacer.-Dijo zarandeándome por el brazo de forma que casi me descoyuntó el hombro.
Yo acababa de cumplir quince años y no había terminado de salir completamente de la crisálida de la niñez. Mi padre se había ocupado de formarnos a mí y a mi hermano. Mientras el 90% de los habitantes del pueblo eran analfabetos, nosotros ya conocíamos las últimas traducciones al español de Rousseau, Voltaire, Montesquieu, y otros autores de la Ilustración, algo que sin embargo, de poco servía en el ambiente campesino del bajo Ebro, volcado en exclusiva en la explotación agrícola y ganadera.
-¿Como se llama el pipiolo?
-Pablo.
Se despidio de mi padre con un gesto y me mandó seguirla con un movimiento de ojos casi imperceptible, que sin embargo me hizo saltar tras ella como un resorte. Tenía esa seguridad que tienen los que se saben poderosos, poseedores de la última palabra, los que no necesitan demasiados protocolos para dar órdenes porque saben que simpre serán obedecidas sin rechistar. Apenas dí unos pasos y me detuve volviéndome hacia mi padre, quien con una seña me apremió para que siguiera a Flor. No estoy seguro, pero creí ver en sus ojos un brillo que nunca antes había visto.
Yo corrí hasta volver a alcanzar a la enorme mujer y la seguí hasta entrar en el patio de la gran masía donde pasaría las cuatro semanas de la vendimia.
CONTINUARÁ...
martes, 7 de octubre de 2008
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2 comentarios:
Bueno, esta Flor parece ser todo un ramillete. Espero que no me pise al crío y lo despachurre.
A la espera del "continuará" me quedo.
Besos.
Para cuando la proxima entrega??
Besos palAudiA4
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